La víctima, de 20 años, había desaparecido el miércoles y fue hallada el sábado en
Salta. Un camionero la encontró llorando en Rosario de la Frontera. Ella relató cómo fue el circuito y por qué se frustró la operación"Tírenla aquí", ordenó el hombre que manejaba el auto. La joven sintió que la puerta se abría, y no opuso resistencia. Cayó sobre el ripio, a un costado de la ruta, y escuchó que el motor se ponía otra vez en marcha.
Se quitó rápidamente las vendas de los ojos, y alcanzó a ver, entre la niebla y la llovizna, un Fiat Duna rojo que se alejaba. No sabía que la habían abandonado en Rosario de la Frontera, Salta.
Pero sí que acababa de zafar de las garras de una red dedicada a la trata de personas.
E. tiene 20 años, y trabaja como empleada doméstica en Yerba Buena. El miércoles a las 15, acudió a una reunión en su barrio, situado al sur de la capital, y después pasó por la casa de su madre, donde compartió la tarde junto a su familia.Cerca de las 19, cuando caminaba por la zona de la Maternidad (casualmente, donde fue vista por última vez Marita Verón, la joven raptada en 2002 por una mafia), E. se tropezó, cayó al suelo y se lastimó la mano. La joven fue a buscar a una amiga, a pocas cuadras de allí, para pedirle que la acompañara al hospital. Pero ella no podía abandonar su trabajo, así que E. se subió a un taxi. No volvió a su casa a cenar. Su madre sospechó que algo no estaba bien, así que hizo la denuncia ese jueves en la seccional 3ª. La chica fue encontrada el sábado a la mañana por un camionero en Salta. Y sólo entonces se supo qué había sido de ella durante estos días. E. explicó que el taxista que debía llevarla al hospital cambió de rumbo repentinamente y condujo hasta una cancha de fútbol de Yerba Buena. "El tipo me dijo que me quedara quieta y colaborara, que si lo hacía, no me iba a pasar nada", declaró la joven. Ella sólo recuerda un escudo del club San Martín que colgaba del retrovisor del taxi. El chofer le vendó los ojos, le ató las muñecas y aguardó la llegada de otro vehículo, en el que dos hombres y una mujer (E. sólo oía las voces) se la llevaron."Estamos en Garmendia", dijo uno de los desconocidos, varios minutos después. Estacionaron, bajaron a la joven y la llevaron a un cuarto donde había una cama. "Yo me dormía y me despertaba sobresaltada", testificó E.
En un momento, escuchó a un hombre con tonada paraguaya que decía: "ese no era el arreglo; por esa plata no te entrego la chica". El individuo estaba discutiendo por teléfono. Cuando cortó la comunicación, señaló: "a ésta la vamos a tener que descartar".
Volvieron a subirla a un auto, y el viaje esta vez duró más tiempo. Todo acabó cuando la arrojaron del Duna rojo, en Rosario de la Frontera.
Después, ella comenzó a caminar por la ruta 9. Mario, un camionero, vio su pedido de auxilio. "Me llamó la atención porque eran las 9, y a esa hora no hay nadie por esos lugares. Ella estaba llorando, y me decía que la habían dejado ahí unos secuestradores porque el ’negocio’ había fracasado. Yo le presté el teléfono para que hablara con su madre y la dejé en el puesto policial Los Naranjos", le dijo Mario a LA GACETA vía celular.
La mamá de E. estaba desesperada. Sobre todo desde el jueves, cuando un oficial había intentado llamar al celular de su hija. Una desconocida había atendido el teléfono; cuando preguntaron por E., la mujer apagó el aparato.
Por eso, no bien recibió el llamado de su hija, la mujer alertó a la Policía.Para entonces, los oficiales salteños se habían contactado con la División Trata de Personas de esta provincia, y una comisión a cargo de los comisarios Luis Brito, Humberto Ruezga yJosé Luis Salas se trasladó hacia Rosario de la Frontera por orden del fiscal Guillermo Herrera (secretaría de María del Carmen Reuter).
E. estaba sana y salva, aunque muy asustada. Así y todo, se atrevió a contar lo que le había ocurrido. "Me llevaron el DNI, el celular y $ 300", relató. Y dejó en claro que quienes la secuestraron tenían pensado venderla a una red de trata de personas. Pero, por una cuestión de números, ella logró volver a su casa.
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