DATO EXTRA | Todo comenzó con un nene de 3 años que estaba por comer pulpo. Pero antes de hacerlo, lanzó una reflexión tan simple como profunda. “¿No es de verdad el pulpo, no?”, preguntó primero. Y tras la explicación de su mamá, retrucó con un “pero los pulpos son animales”. Y ahí estuvo la cuestión.
El niño empezó a enumerar una cadena de seres vivos que se matan para comer. “Los peces son animales, los pulpos son animales, las gallinas y las vacas son animales…”, comentaba. “Claro que sí”, le decía la mamá.
"No me gusta que ellos mueran, me gusta que sigan de pie y felices. A esos animales debemos cuidarlos, no comerlos".
Pero había algo que al chico no le cerraba. “Entonces, cuando comemos a los animales ellos mueren. ¿Por qué?”, se preguntó con inocencia. La madre le explicó que eran para poder comerlos, casi como una tautología.
El no se rindió: “No me gusta que ellos mueran, me gusta que sigan de pie y felices. A esos animales debemos cuidarlos, no comerlos”.
Si hasta ahí la ternura había tocado límites extremos, lo que siguió fue aún mejor. La madre comenzó a llorar, emocionada y el chico le preguntó por qué lo hacía. “Es que me tocaste el corazón”, le explicó ella.
“Entonces hice algo lindo”, contestó él.
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