Mil días pasaron desde aquel 13 de marzo de 2013 en el que la media tarde nos sorprendió con la gran noticia de que el Sumo Pontífice era argentino. Tras el Habemus Papam más visto de la historia y su posterior asunción, su popularidad fue en aumento y, con sus constantes reivindicaciones, se fue consolidando como una voz destacada en favor de la paz, del respeto a los derechos humanos, del cuidado del medio ambiente y del diálogo entre las diversas religiones. Su primer viaje fue a la isla italiana de Lampedusa, marcada por la tragedia de la inmigración ilegal procedente de África y por los numerosos y trágicos naufragios de los que ha sido escenario, alertando sobre el avance de “la globalización de la indiferencia”, al señalar que la cultura del bienestar hace insensibles a las personas, las hace “vivir en burbujas de jabón”. A partir de allí, fue dejando su impronta en cada viaje, en cada discurso, en cada gesto. Siempre manteniendo una coherencia basada en la necesidad de ponerse del lado de los pobres y reforzando ese convencimiento a través de la acción directa, ya sea repartiendo dinero entre los “sin techo”, regalándoles sacos de dormir o habilitando una peluquería y duchas en la plaza de San Pedro. Durante su pontificado, Francisco realizó diez viajes dentro de las fronteras italianas y once al extranjero, con especial atención a países como Ecuador, Bolivia, Paraguay, Sri Lanka, Filipinas y la República Centroafricana. Quizá el más importante haya sido el que realizó a Cuba y Estados Unidos, países sumidos en un proceso de deshielo en sus relaciones bilaterales gracias a su participación. También fue relevante su viaje a Tierra Santa, donde llamó al diálogo entre religiones. Sin dudas, una gestión que nos enorgullece y que nos alienta a mantener la esperanza de vivir cada día en un mundo mejor.
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