Días antes de su casamiento, Sarah Cummins, una estudiante de farmacia de 25 años, tomó una decisión difícil: suspender la boda. Ya estaba todo listo: el banquete para 170 personas en un lujoso hotel, las alianzas y la luna de miel en República Dominicana.
"Fue devastador. Tuve que llamar a cada uno de los invitados, cancelarles, disculparme, llorar y hasta suspender a los músicos que iban a dar el show. Pero cuando me enteré de que toda esa comida y aperitivos que se habían pedido iban a tener que ser tirados a la basura me empecé a sentir peor, me sentí enferma", contó Cummings.
Fue entonces cuando se le ocurrió, con las fuerzas que le quedaban, organizar la fiesta de todas maneras, pero con otros invitados: gente de bajos recursos, que vive en centros de contención social y que fue trasladada en colectivos al hotel en Indiana, Estados Unidos, donde se organizó el evento.
Según la directora de unos de los centros para personas sin hogar, fue conmovedor ver cómo una experiencia "triste y difícil" se convirtió en una "acción que llevó felicidad a personas con necesidad".
El menú incluyó, entre otras comidas, albóndigas glaseadas en Bourbon, brochettes de queso de cabra, pechuga de pollo con crema de Chardonnay y, por supuesto, la torta de boda.
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